miércoles, 2 de agosto de 2017

ERA MI PRIETO AZABACHE...



Era mi prieto azabache, dosalbo y con un lucero, 
Muy fachoso y mitotero, y lindo de corazón… 
Era lindo mi caballo; era mi amigo más fiel 
Ligerito como el rayo, era de muy buena ley 

 
Nació debajo de una higuera, y en el potrero quedo 
Que lastima que muriera, mi compañero mejor… 
Por eso cuando el sol muere, y la luna va a salir 
Me voy hasta aquel potrero, mis recuerdos a vivir 


Era lindo mi caballo; era mi amigo más fiel 
Ligerito como el rayo, era de muy buena ley.


Nació debajo de una higuera, su madre fue yegua fina 
Le llamaban “La Catrina”, y al potrillo “El Cantador” 


Era un potro con más brío, que otro caballo cualquiera 
Y como yo lo hice mío, resulto muy corredor… 
Era lindo mi caballo; era mi amigo más fiel 
Ligerito como el rayo, era de muy buena ley 

Cuando era de falsa rienda, daba ventaja a su madre 
Muy pronto dejo a su padre, con dos cuerpos le gano.. 




martes, 27 de diciembre de 2016

ASÍ NACIÓ LA CHARRERÍA



La escena se desarrolla en una hacienda de Jalisco de principios de siglo XX: los gritos de los vaqueros, arreando el ganado, se confunden con los mugidos de las reses. Un torete se corta y uno de los vaqueros lo ataja, regresándolo a la manda. En el corral ya está lista la lumbre con los fierros del patrón, calentándose casi al rojo vivo para herrar a los becerros. Las faenas duran hasta ya entrada la tarde.
Llega la hora del descanso. La botella de tequila pasa de mano en mano. Ya los hacendados y sus vaqueros se disponen a comer. Se sirven las criadillas y las gordas se sacan del itacate para calentarlas en las brasas.
A lo lejos se oye el mariachi que viene tocando el son de La Madrugada. La animación se hace general. Los acordes tienen sabor de hierba, de establo, de río, de caballo ranchero, de yunta de bueyes y de tierra mojada. El lucero de la tarde se asoma en el cielo para escuchar las canciones cuamileras.
Lo último que se oye es el zapateado de un jarabe tapatío... Después de que se acabaron las haciendas con la reforma agraria, los hacendados y sus amigos, viviendo ya en la ciudad y añorando las faenas del campo, se reunían para continuar con su diversión preferida; posteriormente fundaron la Asociación Nacional de Charros A.C., en junio de 1921, y surge así la charrería como el único deporte nacional.
El charro mexicano tiene su origen en Salamanca, España, en donde designan con tal nombre al aldeano de esos contornos. La charrería en México nace en los Llanos de Apan, Hidalgo, donde se empezó a colear. El primero que coleó fue un picador español, que persiguiendo a un torete en campo abierto, le pepenó del rabo y, tirando de él, a pulso derribó al cornudo. De ese hecho surgió la suerte de colear, como se hace actualmente.
Los conquistadores trajeron los primeros caballos, de origen arábigo, a América. Desconocido para nuestros naturales, el caballo llegó a ser indispensable para el hombre de campo. Dada la utilidad del animal en sus diversas y difíciles disciplinas recorrer las enormes extensiones de las haciendas, juntar y arrear el ganado, etcétera se hicieron necesarios nuevos menesteres.
A medida que los terratenientes fueron criando sus ganados, tanto caballar como vacuno, en estado de libertad, fue imponiéndose la necesidad de lazar, jinetear, amansar, arrendar, etcétera; y para coger a las bestias los charros se valieron de la reata, en cuyo manejo se volvieron expertos. En consecuencia, tuvo que modificarse la silla de montar para practicar las nuevas suertes; así nuestra silla, hija de la española y nieta de la árabe, es muy superior a cualquiera otra del mundo entero.
La chaqueta y el calzón salmantinos pasaron a su vez a nuestros charros, quienes los fueron modificando y adornando con botonaduras y bordados artísticos.
El sombrero charro primitivo fue muy similar al que hasta la fecha usan los picadores en la plaza de toros. Las espuelas españolas se fueron transformando en las nuestras. Las chaparreras son los zahones españoles, un tanto modificados. El sarape y el jorongo son derivaciones de la manta española; de ahí el refrán "cualquier sarape es jorongo, abriéndole bocamanga". Hasta la faja española heredó el charro, quien le llama ceñidor.
Los colores del caballo forman una gama inmensa. En algunos refranes se hace alusión a ellos: "el alazán tostado antes muerto que cansado"; "para mí, alazán hormiga, dígase lo que se diga"; "caballo bayo, doquiera lo hallo"; "Moro, ni de oro"; "unalbo, es bueno; de dos, mejor; de tres, es malo, y de cuatro, es peor".
Las principales suertes de la charrería son: cala de caballo, piales en el lienzo, colas, jineteo de toro, jineteo de yegua, terna en el ruedo, manganas a pie, manganas a caballo, y paso de la muerte. La escaramuza, como arte y deporte, nace por los años cincuentas, poniendo gracia y belleza a la fiesta charra.
El charro es noble, leal y valiente hasta la temeridad. Con deleite se juega la vida. Es hospitalario y sentimental; canta y baila con alegría y donaire; le atraen los ejercicios fuertes y peligrosos, dependiendo de la destreza, de la fuerza y de la serenidad. Por tradición es el símbolo genuino nacional y en la historia ha destacado su bizarra estampa. El charro ha sido, es y será, la representación simbólica de nuestra adorada y respetada patria.

viernes, 23 de septiembre de 2016

¿CÓMO LLEGARON LOS CABALLOS A MÉXICO?



En 1519, Hernán Cortés desembarcó con 16 caballos en las costas de lo que es hoy la República Mexicana. Para la población indígena, que nunca antes había visto a aquel animal, caballo y jinete le parecieron uno mismo. Apenas fundada la Villa Rica de la Veracruz, llegaron refuerzos integrados por más jinetes, por supuesto, acompañados de sus respectivos caballos. En la conquista de México participaron muchos caballos, aunque casi todos son anónimos, algunos aparecen con nombre y descripción en el testimonio que Bernal Díaz del Castillo dejó. Registra el nacimiento del primer potro en tierra americana, hijo de una yegua castaña.

Los conquistadores usaban espada, puñal y lanza, sus trajes correspondían a la moda de la época, estaban formados por armaduras de metal y a veces, mallas, yelmo y rodela del mismo material. Así como sus atuendos eran especiales, también lo eran los aperos de sus caballos; todos portaban una barda (especie de protección o armadura) que los cubría desde la cabeza hasta parte de las ancas, hecha de baqueta y fierro. Había varios tipos de silla: la brida, la media, la estradiota y la jineta. 

La caballería pesada montaba la “brida”, que tenía estribos largos y camas de freno anchas. La silla media o bastarda, era intermedia entre la jineta y la brida. La estradiota, parecida a la brida en sus estribos largos y la cama del freno ancha, era muy larga y estaba diseñada para que los muslos del jinete, estirados, se encajaran en ella, a veces llevaba una arandela metálica para resguardar la mano del caballero. 

La llegada de caballos y los enfrentamientos bélicos hicieron que los animales que salvaron su vida huyeran a los montes, donde se reprodujeron. Estos cimarrones fueron los primeros caballos que los indígenas poseyeron y aprendieron a domesticar, aunque les estaba prohibido, so pena de muerte, montarlos. Para los españoles estaba claro que los caballos, mulas y armas de conquista eran un peligro potencial si estaban en en manos de los indígenas y criollos en la Nueva España.

Desde 1572 hasta 1611 hay ordenanzas en las que explícitamente se restringe tanto el uso de caballos y mulas como el de armas entre los indios. Desde el principio los peninsulares se esforzaron en la crianza de ganado caballar y bovino, y para ello usaron la mano de obra de la tierra conquistada. 

Cuando el poder imperial de la Corona española estaba bien establecido en las colonias habían cambiado las circunstancias y las necesidades de los españoles. Se obligaron a modificar la legislación respecto a los caballos. El primer escrito del que se tiene noticia, lo otorgó el virrey Luis de Tovar Godínez en 1619, mediante el cual, autorizó que 20 indígenas de la Hacienda de San Javier, ubicada en lo que hoy es el Estado de Hidalgo, montaran “caballos con silla, freno y espuelas”.

Los caballos eran parte de los bienes que enorgullecían a los propietarios. Pasear a caballo por las calles vestido de gala para mostrar la calidad del binomio caballo-jinete como pareja indisoluble, era la mejor manera de hacer patente dicho orgullo. Los jinetes y sus monturas fueron parte de las celebraciones especiales. La fiesta de San Hipólito, que se celebraba el 13 de agosto, era una de las más tradicionales. Desde el virrey hasta las autoridades religiosas y los conquistadores viejos, exitosos o no, desfilaban a caballo en lo que se conocía como el paseo del Pendón.

Posteriormente, se celebraron las fiestas de las cañas para festejar la llegada del Viejo Continente de las autoridades, la consagración de los templos y las imágenes y los aniversarios de los poderosos. El derroche y la fastuosidad eran habituales. 

miércoles, 31 de agosto de 2016

QUE BUENO QUE NO FUE EL CAPULÍN



Un campesino, que luchaba con muchas dificultades, poseía algunos caballos para que lo ayudasen en los trabajos de su pequeña hacienda.

Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado.

El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar el caballo de allí.

El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente, y evaluó la situación, asegurándose que el animal no se había lastimado.

Pero, por la dificultad y el alto precio para sacarlo del fondo del pozo, creyó que no valía la pena invertir en la operación de rescate.

Tomó entonces la difícil decisión de decirle al capataz que sacrificase el animal tirando tierra en el pozo hasta enterrarlo, allí mismo.

Y así se hizo. Comenzaron a lanzar tierra dentro del pozo de forma de cubrir al caballo.

Pero, a medida que la tierra caía en el animal este la sacudía y se iba acumulando en el fondo, posibilitando al caballo para ir subiendo.

Los hombres se dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino al contrario, estaba subiendo hasta que finalmente consiguió salir.


lunes, 29 de agosto de 2016

QUE LINDO ES EL CHARRO QUE SABE DE REFRANES



A buena mujer y a caballo bien arrendado, poco freno les basta.

Ahora que tiene potro, le vuelve la vista a otro.

¡Ah, qué bonita piedra para darse un tropezón!

Bien haiga lo bien parida, que ni trabajo dio criarla.

Burro chiquito, siempre mocito.

Buscamos el burro y andando en él.

Caballo que admite el freno, ha dejado de ser bueno.

Caballo que alcanza, gana.

Caballo que no raya, que aprenda o que se vaya.

Charro sin reata, espuelas ni cuarta, mal rayo lo parta.

De buena vaca y buen toro, no puede salir mal ganado.

De que Dios dice a dar, hasta los costales presta, y de que quita hasta rasguña.

El burro de San Vicente lleva la carga y no la siente.

El que da las señas del camino, andado lo tiene.

El que no llora, no mama.

Feo es llegar a viejo… pero más el no llegar.

Gallo, caballo y mujer, por la raza has de escoger.

Hágase la voluntad de Dios… en los bueyes de mi compadre.

Hasta que muere el arriero, no se sabe de quién es la recua.

Indio que fuma puro, ladrón seguro.

Jaula abierta, pájaro muerto.

La mujer y el caballo más quieren freno que espuelas.

La cuenta de San Bruno: pague lo suyo cada uno.

La soberbia que a caballo fue, volvió descalza y a pie.

Maíz para mantener, trigo para enriquecer y cebada para empobrecer.

Un alacrán de Durango, derramaba su ponzoña, ande con tiento charrito que la vida no retoña.

Donde hay yeguas, potros nacen.

domingo, 28 de agosto de 2016

LAS OCHO JOVENCITAS DE UNA ESCARAMUZA CHARRA



Ocho son las adelitas que galopan en el ruedo. Ocho los briosos caballos que ondean su crines al viento. Ocho los finos jaranos que ornan las trigueñas frentes, y ocho los vistosos moños de femeninos diseños.

Ocho rebozos tejidos en telares ancestrales. Ocho vestidos que evocan romanticismos de ensueño. Ocho los pares de botas del estilo “jalisciense”, y ocho argentadas espuelas, que con la luz centellean.

Ocho inteligencias, lúcidas, ocho voluntades, férreas; ocho pechos en que anidan ocho amores que desvelan. Ocho evas que sintetizan los valores de mi tierra, y que a su tiempo serán, esposas, madres, y abuelas.

Ocho las que multiplican las entradas en los lienzos, pues con sus doce ejercicios hacen un encantamiento. Ocho en una escaramuza, pero en México, ochocientas,
y otras muchas que cabalgan al norte de la frontera.

A ti mujer de a caballo: valerosa y delicada, a ti mujer mexicana: ejemplo de pundonor, yo te canto fervoroso con suprema admiración. Y si ocho vidas tuviera, ¡en las ocho, te admirara¡

domingo, 21 de agosto de 2016

DICHOS Y REFRANES DE CABALLOS



A caballo de buena sangre, no le importa el terreno. Refrán ranchero que significa lo que enuncia. Tiene el mismo sentido paremiológico que refranes como “el que es gallo dondequiera canta”. Se usa para sancionar situaciones en que alguien pone muchas condiciones para hacer algo. Tiene la forma de una sentencia casuística. Su origen hay que buscarlo en el mundo de la equitación.

A caballo palpado, nunca lo montes confiado. Refrán que dice lo que enuncia. Se aplica a quien, por la circunstancia que sea, ha quedado receloso. Tiene la forma de un consejo. Forma parte de los refranes usuales en los universos mexicanos de la charrería o el rancho. La primera de las dos partes de que consta indica las circunstancias, la segunda el consejo. Hay rima consonante entre el primero y segundo hemistiquios. Variante: “al caballo palpado, nunca lo montes confiado”

A caballo que rabea, ningún charro lo desea. Refrán proveniente del mundo de la charrería que significa lo que enuncia. En sentido paremiológico se usa para sancionar situaciones de individuos muy quisquillosos. “Rabear” es una forma ranchera del verbo “rabiar”. El refrán tiene la forma de una sentencia casuística en dos hemistiquios octosílabos con rima consonante. Variante: “caballo que ha dado en rabear, nadie lo quiere montar” 

A gran caballo, grandes espuelas. Refrán que se atiene al tópico homeopático de que similia cum similibus coniunguntur. Como la causa tiene que estar proporcionada al efecto, así el instrumento tiene que estar proporcionado a su función. Este tópico subyace no sólo al presente refrán sino a refranes como “a grandes males, grandes remedios”.

A quien monta caballo bayo, o se le juye la mujer o lo mata un rayo. Dicho cuyo sentido literal coincide con lo enunciado. Expresa la convicción arbitraria y contradictoria en el Refranero mexicano de que es muy mala cosa montar un caballo de color bayo. El refrán anuncia irracionalmente una serie de calamidades a quien monta un caballo bayo. Forma parte, en efecto, de las supersticiones que circulan y que están muy arraigadas en el mundo de la charrería. Como circulan las contrarias en el mismo refranero que asientan, por ejemplo, que el bayo es un buen caballo o que abundan los caballos de color bayo, como en la variante: “caballo bayo, doquiera lo hallo” La forma “juye” forma parte de la pronunciación vigente en el español culto del siglo XVI que se conservó, sobre todo, en el habla ranchera mexicana. Hay rima consonante entre la prótasis y la apódosis. Variantes: “a quien monta caballo bayo, se le juye la mujer o lo mata un rayo”; “al que monta caballo bayo, que lo engañe su mujer o que lo parta un rayo” “al que anda en caballo bayo, o le roban la mujer o acaso lo parte un rayo”

A quien tiene caballo le ofrecen silla. Refrán de origen ranchero que expresa el aparente contrasentido social de que a quien tiene se le da más y a quien no tiene, no. El sentido paremiológico del refrán, según Rubio, es que “al que tiene qué dar, se encuentra en estado de merecer”. Consiste, en todo caso, en una adaptación ranchera del dicho evangélico de que “a quien tiene se le dará, y tendrá de sobra; pero al que no tiene, aún aquello que tiene se le quitará” El refrán combate el tópico general de que es a quien no tiene a quien hay que dar. Se usa en situaciones en que se da u ofrece algo a quien ya tiene. Está estructurado en forma de una sentencia en dos hemistiquios –heptasílabo y pentasílabo– sin rima entre sí. Como en todos los refranes de este tipo, el primer miembro, o prótasis, explicita las situaciones sancionadas por el segundo, o apódosis. Rubio lo recoge en esta variante: “al que le ven caballo, le ofrecen silla”. Y Luis M. Rivera en su refranero Origen y significación de algunas frases, locuciones, refranes... lo recoge en la siguiente manera: “al que le ven caballo le dan caballo; y al que no, de caballazos” El mismo Rubio lo recoge en esta forma: “al que tiene caballo, todos le dan caballo” Finalmente, “al que tiene caballo, todos le dan caballo”.

Al caballo, con la rienda, a la mujer, con la espuela. Refrán que expresa el trato que, a juicio de cierta clase social, ha de darse a la mujer. Se toma como ejemplo base para argumentar el trato que se ha de dar a la mujer, el trato al caballo. De los dos símbolos de dominio –la rienda y las espuelas– que se asumen análogos, la espuela es más ruda, cruel y dolorosa: el refrán expresa, por tanto, una idea de la relación hombre-mujer posiblemente ranchera y, en todo caso, ofensiva. Está estructurado a la manera de los refranes mal-remedio. Variante: “al caballo, con la rienda, y a la mujer, con la espuela”

Al caballo y al amigo, no hay que cansarlos. Refrán que dice lo que enuncia. Se usa en situaciones de impertinencia para con algún amigo a fin de indicar que no hay que abusar de quienes nos son cercanos por amistad. El refrán tiene la forma de un consejo del tipo “no hay que” cuyos extremos “caballo” y “cansar” se corresponden y constituyen una estructura argumentativa que sustenta el postulado central del consejo: no hay que cansar al amigo. El argumento del refrán, por tanto, dice que no hay que cansar al amigo de la misma manera que no hay que cansar al caballo. La razón es que un caballo cansado no sirve.

Arriba ya del caballo, hay que aguantar los reparos. Refrán que expresa que la realidad es como es y, cuando ya se la vive, sólo queda afrontarla. La vida es asumida por el refrán como un montar a caballo: una vez arriba de él sólo queda tenerse firme. Se aplica cuando alguien está en problemas para decirle que se aguante. Tiene la forma de una sentencia casuística en dos hemistiquios octosílabos con rima asonante. El primero de ellos, como la mayor parte de los refranes tradicionales ya de “que”, ya condicionales –si, cuando, de que, en cuasi ablativo absoluto–, ya circunstanciales, describe el caso; el segundo miembro, en cambio, determina la sanción. Los refranes que utilizan el montar a caballo como paradigma de la vida humana suelen ser de origen y uso rancheros. Variante: “arriba ya en el caballo, hay que aguantar los reparos”

Caballo alazán tostado, primero muerto que cansado. Dicho que expresa una opinión sobre los caballos de ese color. Aquí se dice del alazán tostado que es un excelente caballo. En realidad, como se puede ver por otros dichos sobre colores de caballos, se trata de opiniones arbitrarias y expresan la opinión personal sobre ellos. Otros dichos de esta serie dicen, por ejemplo, “alazán, si te lo dan; tostado, ni dado” o bien “alazán tostado, siempre colgado”. En suma, que el alazán tostado es un mal caballo. Apenas si cabe en él un sentido paremiológico y se usa, por tanto, sólo en sentido denotativo. Tiene la forma de una sentencia casuística.