Estaba sentado un jueves en
la noche, en la mesa donde nos reuníamos para la sesión semanal de la Asociación
de Charros de la Laguna cuando se me acercó Manuelito Dávila y me dijo: -“Pancho,
acaban de construir un TASTE atrás de
la despepitadora la Torreña, y pasado mañana es la inauguración, y estaba
pensando que tu caballo “EL CAPULÍN”
puede correr ahí”-
Yo le dije: -“Me gustaría
mucho que mi penco ganara una parejera, pero yo soy muy pesado para que mi
cuaco gane”-
-“Si quieres, yo lo corro”-
-“Pensándolo bien, te dejo
montarlo y deseo que ganes. ¿Cuánto mide el taste?”-
Manuelito me contestó: -“Creo
que quinientas varas”-
-“¿Y a que horas va a ser la
carrera?”- le pregunté.
-“Chefo, el caporal de mi
papá, me dijo que a las diez de la mañana”-
-“Oye, yo no tengo tlacos
para apostarle al CAPULIN”- le dije
a Manuel.
-“No te preocupes, no le
vamos apostar nada a tu caballo, solo es para calarlo”-
Entonces el sábado a las
nueve y media de la mañana iba yo, llegando montado en mi cuaco.
Ya me están esperando Manuel
y Chefo. El caporal me dijo que ya había inscrito al CAPULÍN y que le tocaba correr contra una yegua retinta.
A mi caballo le toco correr
cerca de las once, prepararon al caballo y Manuel se dirigió al partidero.
Ya lo esperaba la retinta.
Estábamos en el taste, como ciento cincuenta personas.
Arrancaron del partidero y a
las quinientas varas la retinta ya le sacaba medio cuerpo a mi cuaco. Y así pasaron por la meta.
Que bueno que no aposte,
pues hubiera perdido.