La
peculiar figura del charro mexicano es un símbolo de nuestra mexicanidad.
Desde una perspectiva, histórica, la figura del charro mexicano, se remonta a
la época de la colonia, cuando se originaron las haciendas de economía mixta,
agrícola-ganadera, conocidas como estancias o ranchos.
Sin
embargo el primer contacto de los pobladores indígenas de América con el
caballo, animal de cuatro largas patas, empleado como medio de transporte, se
remonta a la época de la conquista.
En
1519, Hernán Cortés originario de Extremadura, España zarpó con su flota,
proveniente de Cuba decidido a emprender la conquista de México.
Llevaba bajo sus
órdenes menos de 700 hombres entre marinería y soldados.
Cuando la
expedición llegó a México en abril, las tribus del litoral, sometidas a los
aztecas, acogieron a Cortés como libertador, identificándolo como Quetzalcóatl,
el dios rubio, de piel clara y ojos azules, que según la leyenda había de
regresar en su ayuda, procedente del mar.
Al
desembarcar, los conquistadores españoles traían consigo 14 caballos a quienes
los habitantes indígenas confundieron como caballo y jinete en un solo ser.
Fueron tomados por monstruos, ya que los indígenas no conocían semejante
animal.
Las
armaduras, los cañones y los fusiles contribuyeron a la convicción de que
Cortés y sus hombres eran seres superiores, declarándose la población indígena
en sumisión.
Con
las huestes del extremeño llegaron 16 caballos que en Tabasco hicieron por
primera vez su aparición bélica con 'pretales y cascabeles', mostrando el arte
de montar a los aborígenes.
Bernal
Díaz del Castillo, conquistador y hombre de campo, entendido en equinos, supo
relacionarlos con los nombres de sus dueños.
“Un
caballo zaíno, una yegua alazana muy buena, de juego y de carrera; una yegua
rucia de buena carrera y muy poderosa, un caballo castaño oscuro muy bueno y
gran corredor, un caballo overo, labrado de las manos y era bien revuelto; un
caballo overo, algo sobre morcillo”
Hasta 1619, los caballos estaban prohibidos para los
indígenas y los criollos, aún cuando ellos fueran descendientes de reyes.
Conocido es que la legislación europea fue inflexible para
castigar a los infractores hasta con la pena de muerte.
Sin embargo, los indios y los mestizos tenían que ocuparse del
cuidado de todos los animales y como los caballos estaban en libertad, había que
lazarlos, jinetearlos y amansarlos con la reata.
Fue así como Don Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva
España, (1535-1550) se vio obligado a otorgar permisos para que los indios
montaran, pues había que defender la tierra y cuidar el ganado.
En 1619, el virrey Luis de Tovar Godínez otorgó el primer permiso
escrito para que 20 indígenas en la Hacienda de San Javier, Pachuca, actual
capital de Hidalgo, pudieran montar libremente caballos con silla, freno y
espuelas.
Las necesidades rurales variaron las circunstancias, pues se
precisó de la ayuda de los aborígenes para la guerra y los servicios rurales.
Dentro de los precursores de la Charrería en México, se reconoce a
Sebastián de Aparicio (1502-1602).
Sebastián llegó a la Nueva España en 1532, desempeñándose como
carretero y constructor de caminos.
Más tarde, adquirió una hacienda en Puebla dedicándose a la
ganadería y la agricultura, así como amansador e instructor de actividades
relacionadas con la domesticación y aprovechamiento de las bestias para el
tiro, la carga y la silla.
Sebastián de Aparicio, murió en su hacienda de Puebla en 1602.
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