Anoche estaba yo recordando,
el día en que el CAPULÍN entró a la
tortillería a comprar un kilo de tortillas.
Resulta, que yo ya me había
ido a Monterrey a estudiar el primer año de preparatoria, salí de vacaciones de
diciembre, y estaba yo muy alborotado por volver a montar en mi cuaco.
Toño mi hermano se quedó
encargado de él, dándole de comer y poniéndole agua en su bebedero.
Yo seguía siendo novio de la
Domi, ella me escribía casi todos los días, por cierto con una ortografía horrible,
sus cartas empezaban diciéndome: “Ola mi hamor, como has estado, yo
estrañandote mucho…” y así seguía, había palabras donde cometía hasta tres
faltas de ortografía.
Total que llegué a Lerdo un
viernes en la noche, el sábado, mi madre me quiso hacer chilaquiles, y cuando
me levanté me dijo: “Vete a la tortillería, y me traes un kilo de tortillas”
Salí a la caballeriza de mi
penco, le eche unja falsa rienda a la cabeza y montándome a pelo, salí a la tortillería
que estaba por la calle de Belisario Domínguez a cuatro cuadras de la casa.
Como el CAPULÍN estaba muy acostumbrado a mi, no necesitaba amarrarlo, así
que en cuanto llegamos frente a la tortillería, entré en ella, que era una
bodega grande con un portón por entrada. No me di cuenta que el prieto me
siguió, entonces escuche a la tortillera que gritó: “Saquen a ese animal de mi
local”
Volteo, y el azabache estaba
atrás de mí, dentro de la tortillería, lo saqué y lo até a un árbol que estaba
en la entrada, compré las tortillas y regresé montado a pelo en mi caballo.
Al llegar a la casa, muerto
de la risa, le dije a mi madre: “Para la próxima vez, manda al CAPULÍN por las tortillas, al fin que
ya sabe como llegar, y pedir con un relincho el kilo”
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