Un
sábado que tuvimos que practicar en el lienzo, Alma Dávila llevó a una
compañera de su salón para que viera la práctica, pues también la Escaramuza
iba a practicar. Domitila mi novia no fue a la practica pues amaneció enferma.
Mientras
las chicas de la escaramuza practicaban, yo me cerque a la amiga de Alma y me
dijo que su nombre era Lupita Agüero. Yo me puse a explicarle lo que las
amazonas de la escaramuza hacían en cada pasada.
Luego
seguimos practicando los charros nuestras suertes, yo montado en el Capulín.
Al
término de la práctica Lupita Agüero me pidió que la paseara en mi cuaco. Como
fui un charro muy comprensivo con las muchachas, de inmediato la monté en el
Capulín y yo en la enancas.
Al
día siguiente en la charreada dominical, Domitila no asistió, pero en la
tribuna estaba la güerita Agüero, y yo me llene de orgullo y al llegar mi turno
para el jineteo de los toros bravos, le cambié al Cheno Porras su toro por el
mío, pues a él le tocó un toro Cebú de pocas pulgas, pero yo le quise presumir
a Lupita quien era yo, como el gran charro. (A que panchito tan presumido)
Al
tercer reparo del cebú, fui a para al polvo del ruedo del lienzo. En fin, en la
culpa está la penitencia.
Ya
por la tarde de ese domingo, fui a la visita a la casa de mi novia en Torreón.
Para cuando llegué no salió ella, su hermano se asomó y me dijo: -“La Domi está
muy enojada, y te manda decir que te va a castigar a ti y al capulín, por andar
paseando en tu penco, a güerejas desabridas.
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