La escena se desarrolla en una
hacienda de Jalisco de principios de siglo XX: los gritos
de los vaqueros, arreando el ganado, se confunden con los mugidos de las reses.
Un torete se corta y uno de los vaqueros lo ataja, regresándolo a la manda. En
el corral ya está lista la lumbre con los fierros del patrón, calentándose casi
al rojo vivo para herrar a los becerros. Las faenas duran hasta ya entrada la
tarde.
Llega la hora del descanso. La botella
de tequila pasa de mano en mano. Ya los hacendados y sus vaqueros se disponen a
comer. Se sirven las criadillas y las gordas se sacan del itacate para
calentarlas en las brasas.
A lo lejos se oye el mariachi que viene tocando el son de La Madrugada. La animación se hace general. Los
acordes tienen sabor de hierba, de establo, de río, de caballo ranchero, de
yunta de bueyes y de tierra mojada. El lucero de la tarde se asoma en el cielo
para escuchar las canciones cuamileras.
Lo último que se oye es el zapateado
de un jarabe
tapatío... Después de que se acabaron las haciendas con la reforma
agraria, los hacendados y sus amigos, viviendo ya en la ciudad y añorando las
faenas del campo, se reunían para continuar con su diversión preferida;
posteriormente fundaron la Asociación Nacional de Charros A.C., en junio de 1921, y surge así la charrería como
el único deporte nacional.
El charro mexicano tiene su origen en Salamanca, España, en donde designan con tal nombre al
aldeano de esos contornos. La charrería en México nace en los Llanos de Apan, Hidalgo, donde se empezó a colear. El
primero que coleó fue un picador español, que
persiguiendo a un torete en campo abierto, le pepenó del rabo y, tirando de él,
a pulso derribó al cornudo. De ese hecho surgió la suerte de colear, como se hace
actualmente.
Los conquistadores trajeron los primeros caballos, de origen arábigo, a América.
Desconocido para nuestros naturales, el caballo llegó a ser indispensable para
el hombre de campo. Dada la utilidad del animal en sus diversas y difíciles
disciplinas recorrer las enormes extensiones de las haciendas, juntar y arrear
el ganado, etcétera se hicieron necesarios nuevos menesteres.
A medida que los terratenientes fueron
criando sus ganados, tanto caballar como vacuno, en estado de libertad, fue
imponiéndose la necesidad de lazar, jinetear, amansar, arrendar, etcétera; y
para coger a las bestias los charros se valieron de la reata, en cuyo
manejo se volvieron expertos. En consecuencia, tuvo que modificarse la silla de montar para
practicar las nuevas suertes; así nuestra silla, hija de la española y nieta de
la árabe, es muy superior a cualquiera otra del mundo entero.
La chaqueta y el calzón salmantinos pasaron a su vez a nuestros charros, quienes los fueron modificando y adornando con
botonaduras y bordados artísticos.
El sombrero charro primitivo fue muy similar al que hasta
la fecha usan los picadores en la plaza de toros. Las espuelas españolas se
fueron transformando en las nuestras. Las chaparreras son los zahones españoles, un tanto modificados. El sarape y el jorongo son
derivaciones de la manta española;
de ahí el refrán "cualquier sarape es jorongo, abriéndole bocamanga".
Hasta la faja española heredó el charro, quien le llama ceñidor.
Los colores del caballo forman una
gama inmensa. En algunos refranes se hace alusión a ellos: "el alazán
tostado antes muerto que cansado"; "para mí, alazán hormiga, dígase
lo que se diga"; "caballo bayo, doquiera lo hallo"; "Moro,
ni de oro"; "unalbo, es bueno; de dos, mejor; de tres, es malo, y de
cuatro, es peor".
Las principales suertes de la charrería son:
cala de caballo, piales en el lienzo, colas, jineteo de toro, jineteo de yegua,
terna en el ruedo, manganas a pie, manganas a caballo, y paso de la muerte. La escaramuza, como arte y deporte, nace por los años
cincuentas, poniendo gracia y belleza a la fiesta charra.
El charro es noble, leal y valiente hasta la
temeridad. Con deleite se juega la vida. Es hospitalario y sentimental; canta y
baila con alegría y donaire; le atraen los ejercicios fuertes y peligrosos,
dependiendo de la destreza, de la fuerza y de la serenidad. Por tradición es el
símbolo genuino nacional y en la historia ha destacado su bizarra estampa. El charro ha
sido, es y será, la representación simbólica de nuestra adorada y respetada
patria.