jueves, 2 de junio de 2016

LA ORGULLOSA MADRE DE UN CHARRO JOVEN



Una preciosa señora de cuarenta años de edad, negro pelo recogido con un moño tricolor, nívea tez, y una mirada verde como los maizales, que combina con el verde de su traje de adelita, ceñido por la cintura con un rebozo de seda, blanco al igual que sus manos de alabastrina belleza, blanco al igual que su cuello de exquisitez sin igual, sentada en el graderío del Lienzo Guadalupano, contempla con emoción el desfile de los charros que este día competirán, para llevarse el trofeo de campeón del coleadero de la fiesta patronal. 

Aunque contempla el desfile, no ve a todos los jinetes, su mirada se concentra   en un juvenil centauro, que porta con gallardía, que es preciso de destacar, fino jarano de pelo de pachuqueño planchado, chaquetilla de gamuza lisa, color natural, ajustada chaparrera  con la aletilla piteada, y, fijas en sus tacones, par de espuelas cinceladas por un orfebre de León. 

¡Que bizarría de mancebo, -piensa al verlo embelesada- ¡que porte de caballero!,  ¡que estampa más varonil!... y entre sus labios de grana un suspiro se le escapa imposible de ocultar. 

Al pasar frente a su asiento montando hermoso azabache,  el espigado jinete por un segundo voltea, y le esboza una sonrisa, que casi nadie percibe, pero que hace que ella sienta que su pecho como un volcán que está a punto de estallar. 

Comienza ya el coleadero. La algarabía se desata al golpe de la tambora,  y al mirar a los novillos uno tras otro rodar. 


Allá al fondo de la manga  se observa al mozo en la puerta, a su novillo esperando, el caballo se le inquieta, pero el templado jinete, lo apacigua, lo acomoda, y al oír la voz de “¡Va!” sale en berrendo corriendo tratándose de escapar.  pero el prieto veloz, el arcioneo eficaz, y el oportuno tirón del osado coleador, tienen como colofón un tumbo espectacular: una redonda derecha  con un punto adicional. 

La mujer, en su butaca, se enorgullece, y ufana quisiera fuerte gritar: “Ese muchacho es mi hijo, es mi hijo, ¡si señor!, por ventura soy su madre, la madre que lo parió, la que lo arrulló en sus brazos, y la que un día lo amamantó, que le enseño a santiguarse y a arrodillarse ante Dios.” 

“Y es su padre, mi marido, quien le heredó la afición, quien le arrendó ese caballo, quien lo ha enseñado a colear, a sostener su palabra, y a ser un hombre cabal.” 

“¡Dios te bendiga, hijo mío!. En el mundo nunca habrá, ni madre más orgullosa, ni padre más ejemplar, ni hijo con tantas virtudes: tierno, fuerte, justo, leal, serio y alegre a la par, cumplidor de su deber y honrado como el que más”. 


“Y Dios bendiga a la china con la que te has de casar, que con ella un día me harás abuela de un coleador.” 

Eso quisiera gritar su corazón palpitante, su garganta contenida, y su orgullo maternal. Pero guarda para sí, el raudal de sentimientos,  que en el seno del hogar, con halagos y atenciones sobre el hijo volcará. 

Esta historia, no se acaba, y nunca se acabará, continuará día a día, continuará año, con año, se repetirá por siglos, mientras haya en nuestra tierra, aunque sea una familia, sólo una familia charra, ¡tan solo una nomás!. 

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