Bueno, fue más o menos en el verano de 1954 cuando se acantonaron a tres cuadras de mi casa, en la huerta de don Melquíades, una pequeña partida de soldados de caballería, creo que era un pelotón. Un sargento, un cabo y siete soldados, duraron ocho días en esta huerta. Ahí les llevaban su itacate, el agua y el pienso para los caballos. Yo los veía todos los días cepillando a los pencos, los sacaban a pasear, les daban de comer, y en sus ratos de ocio se ponían a platicar sus aventuras. Yo empece a acercarme a ellos y les pedí que me dejaran montar. Cual fue mi sorpresa que lo hicieron de muy buena gana, porque en la charrería aprendí que el caballo, la pistola y la mujer no se prestan. En fin, me diernon chance y me subí al albardón con el cual estaba ensillado el caballo (asi se llama la silla militar) en fin durante esa semana monte cinco veces a distintos caballos del pelotón de Caballería. Me di cuenta que los caballos son muy distintos unos de otros. Esto depende de la forma en que fueron arrendados, unos obedecían de inmediato, otros como que la pensaban mucho más, otros necesitaban un talonazo en los hijares, y algunos más que uno les sacudara la rienda. Cuando el pelotón se retiro me sentí triste, pues ya no volvería a montar. Yo tenía en esos días un amigo que se llamaba José Porras, le decíamos el Cheno. Le platiqué mi pesar de no volver a montar un caballo cuando me dijo: ¿Porque no me acompañas este domingo al terreno donde se juntan los charros? ahí me dejan montar algún caballo si después se los paseo. Me intrigo la propuesta y me fui con él, el siguiente domingo al terreno donde practicaban los charros de la Laguna. Este era un terreno grande, rectangular, totalmente bardeado, donde ellos practicaban sus suertes charras. Me emocionó tanto el lugar, el olor a polvo y a majada de caballo, ver a esos hombres vestidos con esos trajes tan campiranos, verlos cabalgar, lazar con sus manganas, hacer esos piales, y sobre todo verlos colear por un lado de la parte larga del terreno, que fue a partir de ese domingo que nació mi afición por el caballo.
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