Como les mencioné, una de las razones por las que entré a la Asociación de Charros de la Laguna, primero fué por el cariño que nació en mí disfrutar de los caballos, de sentirme libre al cabalgar encima de uno de ellos. En segundo lugar porque me gustó mucho el deporte nacional. Y en tercer lugar por los premios que le daban al nuevo prospecto de charro que se mantuviera en los lomos de un toro o becerro, un moño en el pecho y un beso por parte de la reina de los charros.
La reina de los charros en esos días, de mi adolescencia se llamaba Domitila Yáñez, una linda chica de a caballo. Para mi fué una de mis primeras ilusiones de la vida, tener una novia así fué lo máximo. (ojalá que mi esposa no lea esto). La Domi, como cariñosamente le decía yo, vivía en Torreón Coahuila, a la entrada de la ciudad. Sobre el boulevard Torreón. Su papá Jacinto Yáñez era charro, no muy bueno para lazar, ni para colear, pero con una linda hija. Yo vivía en Lerdo, creo que ya les di la dirección, Belisario Domínguez 512 norte. Pues resulta que gracias a tantas jineteadas de toros o becerros, a tantos premios obtenidos, que nació un pequeño romance juvenil entre los dos y nos hicimos novios. Pero desde mi casa, a la casa de ella hay como doce kilómetros de distancia, y yo tenía la necesidad de ir a visitar a la novia. ¿Como hacerlo? El Capulín fué la solución, cada tercer día yo ensillaba al Capulín y salía de casa a las cinco de la tarde, tomaba la orilla izquierda del río Nazas y al llegar al puente lo cruzaba, y cinco minutos más ya estaba yo, a la puerta de la casa del charro Yáñez y salía la Domi a recibirme, yo amarraba al Capulín de la reja de la casa y nos sentabamos en la banqueta a platicar. Ya como a las ocho y media de la noche me despedía de mi novia y tomaba el camino para el regreso. Como ya estaba oscuro, yo confiaba en la vista del Capulín y regresabamos a casa sin novedad. Mi madre me decía:
-¿Adonde andabas hijos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario