jueves, 26 de diciembre de 2013

COLEANDO ERA PARA MI UNA ALEGRÍA

Pero para el CAPULIN era la dicha de ganarle la carrera al toro.


COLA REDONDA DENTRO DE LOS SESENTA METROS DEL LIENZO

Para Colear, hay que esperar al toro en el partidero del lienzo, el astado inicia la carrera por todo lo largo del lienzo, en el momento que pasa frente a uno en el partidero, de inmediato el CAPULIN iniciaba la carrera junto del burel, yo PACHONEABA al animal el la grupa, luego tomaba la cola y la pasaba debajo del estribo del lado derecho de la silla, a esto se llama ARCIONAR la cola, entonces el CAPULIN aumentaba su velocidad y se abría hacia el ruedo haciendo que el toro rodara por el suelo del lienzo, el animal tenía que quedar derribado dentro de los sesenta metros del largo del lienzo para que la cola contara puntos, y depende de la forma que caía el toro era la puntuación que se lograba. Las colas podían ser: redondas, medias, contrarias, sentones. 

Gracias a esta suerte de las colas, la Asociación de Charros de la Laguna, en 1959 nos trajimos desde Ciudad Victoria Tamaulipas, el primer lugar del congreso charro de ese año.

Por eso digo que para mi era una alegría la suerte de la COLEADA y para el CAPULIN una dicha ganarle la carrera al toro y ver como caía al suelo el asatdo.

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EL ORGULLOSO CAPULÍN AL TERMINO DE UNA CHARREADA EN TORREÓN

martes, 23 de julio de 2013

EL DÍA QUE EL CAPULÍN REGRESÓ SOLO A CASA


 
Que lindos fueron esos días cuando fui charro, fueron tantas las aventuras que viví montado en el Capulín, que recordarlas, es casi volver a vivirlas. Como les dije, nosotros vivíamos en Ciudad Lerdo Durango. La primaria y la secundaria las hice en Gómez Palacio, también en Gómez se encontraba el lienzo charro donde íbamos a practicar todos los domingos y donde efectuábamos las charreadas de competencia sobre todo contra los charros de Torreón. En Torreón vivía mi novia, la Domitila a la que iba a ver todas las tardes y siempre iba montando al Capulín.
 
Bueno esta es la historia de una vez, cuando el Capulín regresó solo a casa, y digo solo, porque a pesar de ir yo montado en él, me dormí en el camino y nunca supe por donde se fue. Cuando me desperté, él quería abrir el portón de la casa.
 
Resulta que fue un doce de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, todos los charros de Gómez Palacio fuimos a llevarle las mañanitas a la Virgen a su templo que queda en contra esquina de la plaza, como la misa de gallo es a las doce de la noche y las mañanitas para nosotros eran al final de la misa, pues ahí estábamos todos los charros de la asociación vistiendo el traje de gala. Nuestros cuacos estaban afuera del templo amarrados a la reja del mismo.
 
Terminadas las mañanitas, cada charro se fue para su casa, yo tomé rumbo a Lerdo. Eran casi las dos de la mañana. Como no había prisa, lleve a mi penco al paso, pero saliendo de Gómez no me di cuenta como, pero me quede dormido, las riendas sueltas sobre las crines del Capulín y el continuó solo el camino sin quien lo dirigiera. Como les digo me quede dormido y no supe por donde se fue, si por el Boulevard Alemán o por la brecha del tranvía. Nunca supe por que calle entró a Lerdo ni en que esquinas dio vuelta.
 
Cuando me desperté, el le pegaba al portón con la el casco de la pata delantera y eso me despertó. Me baje del caballo, abrí el portón, lo metí a su machero, lo desensille, le di un poco de agua y me fui a dormir.
 
Al día siguiente le platiqué a mi papá lo que me pasó y me regañó, me dijo que no volvería a salir de noche para regresar tan tarde.
 
En fin fueron tantas las aventuras de mi cuaco, que me da mucho gusto recordarlas.