jueves, 26 de mayo de 2016

LA MUJER DEL CHARRO



Una mexicana está planchándole la camisa, tierna, amorosa, sin prisa, al charro que partirá a competir a un torneo nacional en jineteo.

Le aterra y le mortifica el peligro hacia al que va, pero no se lo dirá, nada objeta, no replica, sufre su angustia callada cual si no temiera nada.

¡Varios perdieron la vida al topar con los pitones, por terribles pisotones, o en una mortal caída! Le preocupa, sin embargo pasará este trago amargo.

Sabe que él lleva en sus venas sangre valiente y bravía, que ama a la charrería,  que en peligrosas faenas gusta domar los astados como sus antepasados.

Que con pasional fervor conserva la tradición y en más de una ocasión consiguió ser el mejor, por diestro y por arrojado, siendo el mejor de su Estado.

En las malas y el las buenas ha estado con su marido, con el cual ha compartido  las alegrías y las penas, él, amándola a su modo, ella entregándolo todo.

Siente que hoy le necesita, y con su serenidad le inyecta seguridad; y así, como la Adelita, le brinda, sin condición, su apoyo y su comprensión.

Y ocultando su temor, rogando a Dios que le cuide, ya en la puerta le despide: “que te vaya bien, mi amor, pero cúmpleme un deseo: ¡tráeme a casa ese trofeo!”

Cual invaluable tesoro la mujer del charro así es, oculto en su sencillez tiene un corazón de oro, y esa entereza bendita que México necesita.

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