viernes, 24 de junio de 2016

PARA MI NIETO



Cuando puedas leer este mensaje es posible que yo ya me haya ido,  pero me habré llevado en ese viaje el brillo de tus ojos y el sonido de tu inocente voz, como equipaje.

Yo soy aquel que te intuyó el primero, el que al verte nacer cambió de estado. El que con chaparreras y sombrero va montando el caballo colorado de la pintura grande del sillero.

No es gesto de altanera bizarría... Es tan sólo una llama de alegría porque, antes de morir, llegará el día de revivir con sangre mi esperanza.

Esa sangre es la mía, la heredada del padre de mi padre y de su abuelo. Sencilla estirpe que jamás manchada supo mirar la vida sin recelo y ahora comienza en ti nueva jornada.

No busques ni oro o plata en mi escarcela, lo que heredé en tu manita cabe. Te dejo algo mejor, la dulce y suave hombría de bien que me formó en su escuela y mantendrá mi vida hasta que acabe.

Cuando puedas usar mis chaparreras, cuando te queden justas mis arciones, cuando mi espuela fija en tus talones lleve el compás, en tardes domingueras, de un jarabe con giros retozones;

Cuando en tu joven labio apunte el bozo, domines el vigor de un cuaco entero, entres como señor al coleadero y rubores esconda algún rebozo porque te vieron bravo y caballero;

Entonces, solo entonces, de mis sillas podrás seleccionar la que te guste. No pienses ni en bordados ni en hebillas. A la hora de elegir, elige el fuste que puedas dominar con tus canillas.

Un charro es al nacer un caballero. Ante el mundo que envidia su figura ha de llevar seguro, no altanero, en la silla un machete, fino acero y la mejor pistola en la cintura.

Uno y otra no deben ser motivo para sentirte fuerte y dominante. Si eres fuerte sé humilde y no agresivo, si buscas amistad sé comprensivo, si sabes dominar, sé tolerante.

Francisco Lavín, viejo charro y espadero, en su rústica fragua de Antequera templó las hojas y grabó el letrero de todos mis machetes; con cualquiera podrás formar un círculo de acero.

Imítalos, mañana sé como ellos... Limpio, resplandeciente en la contienda encegueciendo el mal con tus destellos, no doblándote nunca frente a ellos y no hiriendo sin causa que te ofenda.

Y cuando mi pistola esté en tus manos no la saques sin causa y sin razones. Está limpia de sangre, en ocasiones es mejor despreciar a los enanos que enterrar en su tumba sus baldones.

Yo ya no la veré, pero es mi anhelo que, en fiesta nacional, como es costumbre, con tu mirada retadora al cielo vibre al verte pasar la muchedumbre, cabalgando en la silla de tu abuelo.

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